<<Sí, allí hay que irse a respirar, a soñar, a alargar las horas en lo infinito de las sensaciones>>
Invitación al viaje – Charles Baudelaire.
El temblor de sus manos delataba su mezcolanza de anhelo y temor. Antes del inicio de cada viaje siempre recordaba que la primera vez no estuvo tan nerviosa: desconocía la intensidad de la experiencia. Sumergirse en un universo, estudiarlo, conocerlo, llegar a habitarlo, sentir amores y odios por sus pobladores y abandonar todo dejando parte de sí misma en cada lugar visitado, llegaba a resultarle tan sublime como absorbente. Sólo el inicio de un nuevo tránsito cicatrizaba la herida de la finalización del último.
Acarició la Llave que le franquearía el acceso a nuevas existencias. Miró en derredor para contemplar las paredes abarrotadas de objetos similares. ¿Cuántas vidas podría transitar si llegaba a usar tan sólo una décima parte de las Llaves? Apretó contra su corazón la que sujetaba entre ambas manos y enfiló el umbroso pasillo hasta el anciano encargado de comprobar que los objetos, tan mágicos como sencillos, no cayeran en manos ajenas a las debidas. Mostró su identidad y afiliación a aquel hombre vetusto y encogido, quien le miró con una sonrisa como si supiera el mundo que le esperaba al otro lado en aquella ocasión.
Emocionada y tensa ante la perspectiva de su partida inminente, salió del edificio con la respiración agitada. Decidió que emprendería la ruta esa misma noche. Pero no pudo aguardar. Llegó a casa y acarició el objeto. Lo contempló, tan inofensivo como todos; tan irresistible como todos. Inspiró hondo y se lanzó al viaje. La niña de once años abrió el libro y se perdió entre sus páginas.
Relato breve publicado en el número 113 de la Revista Digital MiNatura