<<Si es preciso sucumbir, enfrentémonos antes con el azar>>.
Tácito.
Me preguntáis mi nombre y cómo llegué a ser quien soy. Ninguna cuestión tiene una respuesta sencilla.
Partimos hace eones desde un futuro que vosotros no alcanzaréis. La sabiduría acumulada durante milenios había calculado cómo debíamos plegar el espacio-tiempo para catapultarnos a regiones del universo donde diseñar civilizaciones semejantes a la nuestra. Pero algo salió mal en la implosión provocada en la estrella de neutrones y el agujero de gusano que creamos rebosó el cuadrante de seguridad y se abalanzó sobre nosotros. Sobrevivimos al desastre y decidimos regresar a casa.
En el viaje detectamos dos extrañezas. La primera, una levísima diferencia en la configuración de las constelaciones, la achacamos a un error de los instrumentos de observación, afectados por la descomunal fluctuación de energía del experimento fallido. La segunda, más inexplicable, una infinitesimal disminución de la entropía en el cosmos circundante, algo imposible en el universo conocido.
Cuando llegamos a nuestro planeta, no hallamos lo esperado: nuestra civilización en su cénit tecnológico y científico. El Almirante —a quien yo llegué a querer como a un Padre— decidió no intervenir en el desarrollo de las primitivas sociedades autóctonas. Alegaba que cualquier variación multiplicaría ad infinitum la improbabilidad del “resultado final conocido y deseado”.
No estuve de acuerdo. Yo era el más capacitado para dirigir la evolución de las civilizaciones que habíamos planeado crear o colonizar. Me amotiné y lideré una revuelta que en su esplendor fue seguida por un tercio de la tripulación, pero nos derrotaron. En la batalla, nuestra nave fue destruida y nos quedamos atrapados para la eternidad en aquel lugar extraño y familiar a un tiempo.
No cejé en mi empeño y tras recuperarme intervine y ofrecí a aquellos pobres indígenas ignorantes la sabiduría casi instantánea, sin tener que pasar por el penoso e interminable proceso de prueba y error. Mi aparición obligó a intervenir al Almirante y a los suyos y el guión preescrito que conocíamos se hizo añicos para siempre.
Ahora nadie sabe cuál será el final. De eso me acusan mis antiguos hermanos y ahora enemigos, achacándome la definitiva irrupción del azar en la Historia de la que surgimos. Yo soy más confiado. Quiero pensar que el verdadero guión sí se está cumpliendo y que exigía mi necesaria insubordinación.
Me preguntáis mi nombre. He tenido muchos. Algunos los olvidé, otros no quiero recordarlos. Vosotros, mis queridos hijos bastardos, me podéis llamar Lucifer.
FIN
Microrrelato publicado en el número 106 de la revista digital MiNatura, dedicada en exclusiva a la temática de viajes en el tiempo.
Excelente, tiene una prosa exquisita, el resultado un soberbio relato en tan corto espacio, mejor imposible.