Reseña de «Monuments Men», la última película dirigida por George Clooney

¿Merece el salvamento del Arte la pérdida de vidas humanas?

La pregunta puede ser sencilla si quien arriesga la vida ha tomado su decisión de un modo más o menos libre. Pero se vuelve un entramado laberíntico de disquisiciones morales cuando es otro quien tiene que decidir sobre vidas ajenas.

El actor y director estadounidense George Clooney adapta el ensayo documental de Robert M. Edsel en la película homónima «The Monuments Men» y plantea la cuestión a lo largo de una cinta irregular y un tanto desaprovechada.

En plena II Guerra Mundial, cuando la derrota de Rommel en África permite a los aliados acosar a Alemania desde el sur de Europa (Italia) y el norte (Normandía), expertos británicos y norteamericanos intentan llamar la atención sobre una dolorosa paradoja: el avance de las tropas que se contraponen a la barbarie nazi está suponiendo pérdidas irreparables en el patrimonio artístico europeo y mundial. Surge así una iniciativa marginal dentro del ejército de los EE. UU., intentar minimizar los daños producidos por los aliados en dicho patrimonio. Pero pronto la misión conlleva un más difícil todavía: investigar y reparar el expolio artístico perpetrado por los nazis durante su ocupación de los distintos países que fueron cayendo bajo su férula.

Todo gran dictador rebosa megalomanía. Hitler y su sueño del «Reich de los mil años», lejos de ser una excepción, suponen el paradigma moderno del megalómano totalitario. Entre las muchas excrecencias estéticas de su proyecto, estaba el «Führermuseum», un complejo museístico que debería construirse en Linz y que reuniría la colección de arte más numerosa y espectacular que hubieran visto los siglos, todo para mayor gloria del líder que llevaría a la nación alemana a su supuesto destino natural, el dominio del mundo.

ImagenHitler ante la maqueta de uno de sus proyectos megalómanos.

Para nutrir las numerosísimas galerías, salas y pasillos del que sería el museo por antonomasia, la Wehrmacht, las SS y toda la burocracia del edificio nacionalsocialista debían colaborar expurgando las mejores obras de arte diseminadas en la Europa ocupada, trasladarlas a lugares seguros hasta el advenimiento de la victoria final y regalarlas al Führer cuando la esvástica fuera el símbolo del nuevo imperio mundial.

La derrota en la guerra partió Alemania (y Europa), y se llevó por delante al nazismo como movimiento organizado, la vida de Hitler y el faraónico proyecto de su museo. Pero el mayor expolio de arte de la Historia hubiera resultado exitoso en casi su totalidad de no ser por un hecho sin precedentes en cualquier conflicto bélico: por primera vez, los ejércitos victoriosos (con la notable excepción de los soviéticos) renunciaron a parte del botín y diseñaron una arquitectura burocrática destinada a devolver las obras de arte a sus lugares y dueños previos a la guerra.

Con estos mimbres históricos y un reparto de lujo que muestra su tirón como aglutinador de estrellas de Hollywood, Clooney nos ofrece su cuarta película como director. Sin embargo, el film promete sin acabar de cumplir, amaga sin terminar de explotar las muchas posibilidades que tiene su guion. En el primer tercio de la película el espectador parece estar esperando que suceda algún punto de quiebre (algo bien fácil teniendo en cuenta el escenario bélico en el que los personajes están inmersos) y por momentos la película parece estancarse, o aún peor, decidirse por una narrativa ligera, como si se tratase de una sencilla historia de aventuras de unos cuantos personajes bienintencionados y sin mucho fondo, que pasean por una hermosa pero desvencijada Europa donde el atrezzo de la guerra forma parte del paisaje asumido como normal. Quizá fue una apuesta narrativa para lograr mayor contraste cuando las historias de los protagonistas empiezan a complicarse, pero en ese primer tercio de la película, muchos espectadores ya se habrán construido un juicio negativo de la película. La siguiente fase de la cinta parece que sólo guarda un as en la manga: lograr inquietar al espectador poniendo en apuros a los protagonistas. E incluso esos apuros y sus resoluciones resultan decepcionantes.

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La Madonna de Miguel Ángel, una de las piezas clave en la película.

Al parecer, la falta de tensión se debe a la intención del director de ser escrupulosamente fiel a los hechos históricos, lo que supone restar espectacularidad a muchas de las situaciones narradas. Pero no se entiende que, con el gran presupuesto manejado, se haya escogido una estética visual que renuncia a la grandiosidad de paisajes y tomas (se echa en falta una dirección fotográfica que deje su huella) en una Europa humeante. La secuencia del (relajado) desembarco en Normandía o la llegada al castillo de Neuschwanstein posibilitaban un mayor lucimiento estético.

Cabe destacar la secuencia de Bill Murray en la ducha (no se asusten) mientras escucha la reproducción de un vinilo con un mensaje de navidad de su familia, probablemente el mejor momento actoral de toda la película. También está espléndida en su papel Cate Blanchet, la experta parisina en arte, acusada de colaboracionismo con los nazis. Lamentablemente, su personaje está poco explotado, además de que su tensión con el personaje de Matt Damon (muy plano y soso durante todo el filme, incluso cuando su vida está en juego) resulta superficial y manejada con simpleza.

Clooney y Goodman se limitan a estar correctos, y algo más destaca el oscarizado actor francés Jean Dujardin. Los villanos, por su parte, pese a sus enormes posibilidades, son directamente desaprovechados, cuando no ninguneados por la trama.

El desenlace de la película, si bien gana en sobriedad según avanza, es de nuevo deudor de esa morosidad con la que toda la cinta parece dirigida. La secuencia final ante una obra de Miguel Ángel y respondiendo a una pregunta de todo un presidente de los EE. UU. sí me resultó muy acertada y carismática.

En esta secuencia final se pretende dar una posible respuesta a la pregunta con la que he iniciado esta reseña. Sin embargo, esa respuesta no es única, y varía según quién haya de darla. En Normandía, se muestra a un joven coronel irritado con los protagonistas y esgrimiendo el irreprochable argumento de «No pienso escribir a una madre diciendo que su hijo ha muerto porque no quisimos bombardear un campanario».

El personaje de Clooney, el jefe de los «Monuments Men», por su parte razona que si la guerra, aunque resulte victoriosa para los aliados, supone la desaparición de ingentes obras de arte, la barbarie habrá vencido aún siendo derrotada. El arte se convierte bajo este prisma, en lo que define al ser humano, en su legado por encima de los hijos y los nietos. Las obras del ser humano serían así su ultima ratio, su razón de ser y fin último. Pero, ¿quién podría escoger salvar antes la «Mona Lisa» que a otra persona, máxime si es alguien querido? 

No hay una resolución fácil a la pregunta de si salvar el arte justifica arriesgar vidas ajenas. La única decisión es la que cabe sobre la propia vida y será una valoración tan subjetiva que especular que nuestra decisión personal es trasladable a la voluntad de otros, resulta absurdo. Pero la guerra es el encumbramiento del mayor de los absurdos, donde cualquier decisión, por lógica que sea, por obvia que parezca, entraña ya una porción de absurdez, una dialéctica emponzoñada por la lógica ilógica de la guerra. Si el Arte nace del Hombre y éste es menos Hombre si renuncia al Arte, podemos razonar también que la mayor obra de arte será salvar vidas, y que Miguel Ángel, Velázquez, Rodin o Shakespeare, son artistas de una calidad muy inferior a la de la humilde enfermera que salvó vidas en la retaguardia del campo de batalla, la del químico que sintetizó un nuevo desinfectante contra la septicemia o la del doctor que amputó un miembro evitando que la gangrena asesinara a un mutilado. En la «lógica» de la guerra y en la fragilidad de la paz, un muñón puede suponer una obra de arte superior a una catedral gótica y una cicatriz, un trazo que entrañe más hermosura que la partitura de una ópera de Mozart.

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TÍTULO ORIGINAL: «THE MONUMENTS MEN».

Director: George Clooney. 

Guion: George Clooney (adaptación a la pantalla), Gran Heslov, sobre un ensayo y documental de televisión de Robert M. Edsel.

Reparto: George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, Cate Blanchet, John Goodman…

Productora: Sony Pictures Entertaniment.

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Español víctima de lo que Juvenal denominó "Insanabile cacoethes scribendi".
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