Tras los años de humillación, tras las miles de horas de postración, las incontables vejaciones padecidas, las innumerables sonrisas postizas de muñequita sumisa, por fin podría redimirse y vengar a la familia que no pudo evitar su rapto cuando apenas había dejado de ser una niña.
Aquella madrugada de escarcha y terror de hacía casi diez años, se había prometido ser la mejor en aquella red de comercio carnal y alquiler de lujuria. Había labrado su fama con acendrada minuciosidad mientras sumaba las injurias con las que atizaba el fuego de su venganza. Por fin, el jefe de aquella mafia había requerido sus servicios. Se le exigía una velada inolvidable y ella se la daría. No escogió ni uno solo de los atuendos con los que solía enloquecer a sus clientes. Sólo un perfume de jazmín y lavanda envolvía su piel.
No veía más allá de aquella noche y no le importaba lo que pudiera sucederle después.
La venganza por fin sería su amante.
Una interpretación. Tantas como sujetos existen. Una historia entre miles. Una imagen que se escapa de la concepción de su autor para ser completada por la interpretación que le quieran dar otros ojos, esta vez en forma de tus palabras.
Nos dejas la constancia con tu texto de que no son necesarias parafernalias ni complementos, sólo el deseo inmenso de imaginar, y diriges la mirada del espectador y/o lector, a aquellos detalles que nos podrían haber pasado desapercibidos, potenciando la posibilidad de que nosotros mismos sigamos interpretando e imaginando.
Un saludo.